Juan Carlos de Borbón sorprendió a Cristina de Kirchner por el pronóstico optimista que trajo a la reunión de Mar del Plata sobre la economía de su país. Habló de medidas duras y escuchó también el rap optimista de la Presidente sobre la economía criolla. Juan Carlos de Borbón sorprendió a Cristina de Kirchner por el pronóstico optimista que trajo a la reunión de Mar del Plata sobre la economía de su país. Habló de medidas duras y escuchó también el rap optimista de la Presidente sobre la economía criolla. Daniel Scioli y la estrella boquense de hace algunos años Carlos Randazzo, en la previa al partido de fútbol de salón entre el equipo de Piqueteros de La Ñata que integra el gobernador y una selección de Boca Juniors. Volvió a actuar la barra «Los Piromaníacos». El debate sobre quién será el candidato a vice de Daniel Scioli en la fórmula a gobernador distrajo a los invitados al cumpleaños de su jefe de Gabinete, Alberto Pérez, en la foto rodeado por su esposa María Orella y el ministro de Salud, Alejandro Collia.

Raro clima el de la cumbre marplatense, una acumulación como en capas geológicas de actividades de reyes y presidentes, empresarios, sindicalistas y punteros del piqueterismo oficial, todos peleando por salir en fotos, videos y otras emisiones que apabullaron al público, pero que transmitieron poco el clima de confusión, apuro y hasta improvisación en torno a la figura de Cristina de Kirchner. La Presidente huyó de la charla confidente como en otros viajes; se escapó de la cena del viernes con sus majestades y demás participantes en el magnífico salón circular del Hotel Provincial apenas llegó el café.

La emocionaron oportunamente las condolencias por la muerte de Néstor Kirchner, que coronaron todas las reuniones y discursos; eran oportunas pese a que muchos de los invitados a esta cumbre habían estado en el velorio de Casa de Gobierno.

Fiel al encapsulamiento del luto, tampoco estuvo Cristina el sábado, después del almuerzo exclusivo para mandatarios, en la conferencia de prensa que debió quedar en manos de Enrique Iglesias y Héctor Timerman, una buena oportunidad de escucharlo ahora que ha puesto el Twitter en sordina y ha cedido la vanguardia en la cibercomunicación del Gobierno a figuras menores, que tienen menos atractivo y, lo peor, menos información que el canciller (también menos ganas de pelearse con todos).

Igual, y pese a lo que se contó el fin de semana, quedó mucho por relatar y es lo más divertido, como las peripecias de Juan Carlos y Sofía para reunirse con el medio millar de dirigentes de la colectividad española de todo el país que les había juntado el embajador Rafael Estrella la mañana del viernes. Ese acercamiento se hacía casi imposible porque a los tres cercos de seguridad de la cumbre se sumó el propio del monarca -blanco siempre de los terroristas de su país-, y esos españoles, muchos venidos del interior argentino, enfrentaban el calvario de caminar más de un kilómetro bajo el sol hasta llegar al Provincial desde el último retén. Ante el enojo del catéter principal de esta cumbre, el empresario Florencio Aldrey Iglesias, propietario del Provincial y del Hermitage, donde se concentró toda la actividad, la fiesta española se trasladó al Costa Galana, de los Álvarez Argüelles y tan españoles por su linaje como Iglesias, quien se desquitó paseando a Juan Carlos I por los pasillos y salones del reciclado Provincial, mostrando cómo quedaron los murales a la mexicana que adornan los halls, como en el momento de mayor esplendor de esa construcción de Bustillo para las administraciones conservadoras y socialistas de Mar del Plata, a las que se debe todo el frente marítimo de la ciudad.

Quedó encantado el rey con esa reunión de emigrados -con algunos empresarios mezclados entre la concurrencia-, pero más con la reunión con Cristina de Kirchner, a quien le dio una explicación sobre la crisis española que tuvo un grado de optimismo que no reflejan otros testimonios. «España tiene una economía sólida y vamos a superar esto, aunque debamos tomar medidas algunas de las cuales son muy duras». Cristina le contó que había hablado con José Luis Rodríguez Zapatero -ausente en la cumbre para lanzar ese paquete de medidas con el que se juega su gestión- y el rey la interrumpió: «Yo no podía estar ausente aquí; para mí esta cumbre es muy importante». Debió escuchar, y elogiar, la exposición de Cristina sobre la bonanza de la economía criolla, seguida con asentimiento por los otros presentes: Héctor Timerman, la canciller Trini Jiménez, los embajadores Estrella y Carlos Bettini y los ministros Florencio Randazzo y Aníbal Fernández. «Usted verá, señora -le respondió el rey-, que pese a la crisis las empresas españolas insisten en invertir en la Argentina y nadie ha anunciado ningún recorte». Como si lo marcase la coreografía real, cuando declinaba la cita apareció Sofía de Grecia, quien repitió las condolencias y acompañó con mimos de admiración el intercambio de regalos entre Cristina y el rey -un canje de bibliografía sobre uno y otro país-. Juran todos los presentes que no habló ni de WikiLeaks ni de e-mails de la saga Jaime-Vázquez, algo creíble porque los reyes no están en esas miserabilidades; tampoco hubo mucho énfasis, por lo menos del lado argentino, sobre el principal producto que hoy venden los españoles, que es el premio Nobel a Mario Vargas Llosa (hoy español), quien vive en Madrid y hasta dio el puntapié inicial en el último partido del Real, en cuyo estadio tiene un palco-camarín vip. La noticia que circuló es que Vargas Llosa no tiene cómo ir a Estocolmo por la huelga de los controladores. Le dan el premio el viernes 10, pero debe estar el miércoles en Suecia para dar una conferencia ante los reyes de ese país. Hasta ayer pensaba irse en auto a Lisboa y de ahí tomar algo hacia las brumas escandinavas. Este lío de aviones también lo priva al otro festejante de este premio, Alan García, que mandó a un pintor amigo de los dos para que lo represente, gesto que corona una nueva amistad que llega -después de haber dedicado su vida a pelearse- con el anuncio de Vargas Llosa de que si un futuro gobierno decide descalabrar los logros de este nuevo García (arrepentido del setentismo keynesiano de su primera presidencia), él mismo va a postularse a la presidencia del Perú para atornillar la herencia recibida.

Qué bueno que pudiera haber participado de este entusiasmo el secretario cultural, Jorge Coscia, para enterarse de lo que se habla en el mundo, aunque lo hubiera irritado tanto bardo con Vargas Llosa, a quien debe considerar el colmo del conservadorismo, tanto que se ha plegado a la campaña para que el escritor no hable en la inauguración de la Feria del Libro -el peruano igual viene para promocionar su nuevo libro-. Pero Coscia rebotó en los tres círculos de seguridad de la cumbre; no lo dejaron entrar a ninguno de los actos oficiales ni a la cena del viernes. No saben con quién están hablando, les dijo a varios retenes; sí sabemos quién es usted, usted es quien no está invitado. Fatigó teléfonos y contactos, pero debió conformarse con participar de un acto con jóvenes junto al asesor presidencial Rafael Follonier, quien sí estaba invitado a todo, pero siguió fiel a la orden heredada de Kirchner de cultivar los arrabales de la política en reuniones con jóvenes, piqueteros y guerrilleros jubilados. Para mayor irritación, lo tuvo que saludar desde la popular a Hugo Moyano, que ingresó a la cena del viernes ataviado con saco y corbata, inusual equipamiento para este sindicalista que no se saca la campera ante nadie.

El secretario de Cultura se convirtió así en la primera víctima de la cumbre; la segunda fue Nilda Garré, quien contrajo una intoxicación con algo que comió en alguna de las cenas o almuerzos del magno encuentro, con tantas consecuencias que debió suspender el viaje que tenía programado anoche a Nueva York para presentar (junto con el ministro de Defensa Jaime Ravinet) la fuerza militar conjunta argentino-chilena ante las autoridades de la ONU. Esto llevó a discusiones sobre qué pudo ingerir esta ministra que ha estado en lugares de campaña de tropas argentinas en donde hay que tener cuidado con lo que se come (Haití, por ejemplo) y nunca le había pasado nada. Esta vez la cena presidencial del viernes la sirvió la cocina del Provincial con apoyo de personal de Cancillería, pero no estuvo de chef el cocinero predilecto de Cristina para estas ocasiones, Francis Mallman, que no tiene tiempo para otra cosa que la reinauguración la semana que viene del restorán Los Negros en José Ignacio. Dejó hace dos años el clásico lugar junto al faro de esa localidad en el punto más valioso del balneario (hoy es la residencia de los argentinos Azul García Uriburu y Marcos Pereda, que antes construyeron en el Club de Mar de esa localidad una casa que se le incendió a Francisco de Narváez) y ahora va a funcionar en el predio en donde se construye, con capitales venidos de Jordania, el hotel Setai, que tiene acceso al mar entre el puente que da acceso a José Ignacio y la rotonda de entrada al pueblo.

Pese a ese encapsulamiento en la intimidad, Cristina siguió de cerca las gestiones de sus funcionarios, especialmente de Timerman, con delegados de todos los países, en particular los de Nicaragua y Costa Rica, que llevaron a la cumbre el entuerto fronterizo motivado en una lectura equívoca por parte de militares del primer país de un mapa bajado de Google y que creyeron ocupado por narcotraficantes. Esto ocupó buena parte del almuerzo de cancilleres del sábado, paralelo al de los jefes de Estado, en donde Timerman trató de dar una lección: «Pese a mi corta experiencia de canciller, les aconsejo que no confíen mucho en ir a La Haya con un reclamo, porque esos reclamos se los soluciona con voluntad política, y lo prueba lo que hemos hecho nosotros con el Uruguay por la planta de Botnia». El funcionario explicó que no se quedaron los dos países con lo que había dicho el tribunal de La Haya y que los acuerdos los habían cerrado los técnicos y los políticos, y no los jueces.

También la halagó a Cristina que los presidentes Juan Manuel Santos y Sebastián Piñera no se hubieran sumado a las ausencias de otros mandatarios. Santos estuvo pocas horas y se volvió a su país para atender el desastre por las inundaciones de la región, las mismas que han castigado a Venezuela. Piñera también estuvo poco, se vio con presidentes del área del Pacífico (Santos, García, Felipe Calderón) para firmar un proyecto de acuerdo de libre comercio y se volvió a Santiago para algo más importante: seguir la Teletón, maratón benéfica que es una institución chilena todos los años que junta millones de dólares para atender a los pobres y que esta vez tuvo una importante participación argentina, porque la animaron, entre otros, Cecilia Bolocco, Pampita Ardohain y hasta Ricardo «Soy feliz» Montaner, argentino criado en Venezuela y que pertenece al grupo de artistas que acompaña a Daniel Scioli desde hace años en todos los emprendimientos.

También estuvo fugaz en la cumbre Daniel Scioli, reclamado el fin de semana por otras urgencias tanto o más importantes que sacarse fotos con los reyes y con Lula da Silva, la otra estrella del encuentro. El miércoles por la noche recibió en su casa de La Ñata, junto con un grupo chico de ministros (Alejandro Collia, Ricardo Casal, Alberto Pérez) al gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral, quien llegó con algunos funcionarios para participar del acto en Lomas de Zamora del jueves y con un regalo único, la camiseta de la selección de Brasil con el número 10 y el nombre del gobernador en la espalda. Se quedó chico el anfitrión con el regalo de respuesta, otro libro sobre la Argentina y un equipo de mate de plata. Cenaron hablando de proyectos del futuro, del cual se sienten dueños porque creen ser el relevo de quienes hoy gobiernan, Cristina y Lula-Dilma Rousseff. Cabral no es el más entusiasmado con la nueva presidenta de Brasil, a quien le reprocha lo mismo que el kirchnerismo a Ricardo Alfonsín: que nunca gestionó nada, nunca tuvo antes un cargo de gobierno y que Brasil es un país muy complejo para gobernar. Es un experimento, dio a entender. En un rapto de sinceridad, musitó «Serginho»: «Yo soy el verdadero huérfano de Lula». Apuesta a correr por la presidencia después de uno o dos mandatos de Dilma y para eso muestra la eficacia de sus triunfos en Río. Scioli le pidió, en broma, que le dejase usar a él el lema de la última campaña: «Todos juntos, todos unidos». Ya se sabe que Scioli ha adoptado el sistema de atención sanitaria que inventó Cabral en Río bautizado con la sigla UPA (Unidad de Pronta Atención), algo que ha inspirado a los campañólogos sciolistas a usarlo como mensaje de campaña en carteles que van a empezar a aparecer en actos con la frase «Daniel, haceme UPA», un llamado a la contención no sólo médica, sino también afectiva.

Tampoco podía el sábado Scioli no atender el compromiso (junto al equipo de los «Piqueteros de Villa La Ñata») del partido de fútbol de salón nada menos que contra un equipo con la camiseta de Boca que llevó el promotor Guillermo Coppola con el recordado Carlos Randazzo entre sus integrantes (el reglamento dice que cada equipo debe tener un jugador mayor de 50 años). Por supuesto que ganó el team de Scioli, que como el gobernador ya tiene organizada su campaña de verano que incluye la revancha contra Boca, otro encuentro contra la Selección nacional de FutSal y una copa cuadrangular en Mar del Plata. Se sorprendieron los visitantes por la cartelería que usa la barra brava que acompaña a los «piqueteros» (que son jóvenes de una villa de Benavídez, Tigre, cercana a La Ñata) con el lema «Los Piromaníacos». Les explicaron que ese nombre se lo ganaron el día en que fueron a jugar contra el equipo de la familia Granados (el intendente Alejandro) al campo de La Celia, en Ezeiza, hace un mes. Tanto entusiasmo mostró la barra que conduce el matarife Alberto Samid desde el bombo, que los cohetes y bengalas ganaron el techo del quincho de los Granados y el fuego terminó, pese a las brigadas de bomberos que llegaron, cuando no quedaba ya nada del salón. El énfasis se entiende por lo disputado del partido que volvieron a ganar los sciolistas, pese al ardid del dueño de casa de incluir a varias estrellas del equipo emblema de Ezeiza, Tristán Suárez.

En ninguna de estas citas se habló demasiado de política -los políticos en las alturas suelen hablar poco de su oficio, algo que le dejan a su militancia-; por eso tuvimos que ir al salón «La Horqueta» de City Bell para enterarnos de algo más sustantivo. Cumplía el viernes 45 años el jefe de Gabinete de Scioli -ausente porque estaba a la misma hora en la cena de presidentes en Mar del Plata-, Alberto Pérez, un porteño que se instaló en ese barrio platense desde que acompaña al gobernador en el cargo más importante del gabinete. Fue todo el equipo de Gobierno, varios legisladores, funcionarios clave como Gustavo Marangoni (vice del banco Provincia, vocero del gobernador, pero también estratega en las sombras de su jefe), la ombudsman porteña, Alicia Pierini, que es una política de Estado de todas las tribus peronistas, el juvenil José Ottavis, el operador boudouista «Juanchi» Zavaleta, el segundo de Juan Manuel Abal Medina, Lucas Mesansky (sus jefes también estaban en Mardel).

Hubo un lomo adelantado por una torre de berenjenas y un final musical, en el cual el ministro de la Producción, Martín Ferré, acompañó a Pérez a cantar el mítico tema «La Balsa» de Litto Nebbia, algo que calentó el pico del cumpleañero que tomó el micrófono para cerrar la noche con sus interpretaciones de tangos porteños «Los Mareados» y «Naranjo en flor», todo un desafío para la garganta más entrenada. La fiesta tuvo un tema dominante hoy en toda reunión sciolista que es el debate sobre quién debe acompañarlo en la candidatura a vicegobernador, algo que ocurre entre kirchneristas sobre quién debe ser el postulante a vice de Cristina de Kirchner. Los políticos, aunque viven atados a la incierta rueda de la fortuna, están obligados a moverse como si el mundo fuera plano y nada fuera a cambiar. Por eso la lista de anotados para acompañarlo a este gobernador y a esta Presidente que no tienen, ninguno de los dos, reelección en un nuevo mandato, crece hora a hora. Quien sea vice de ellos, si les va bien, puede heredarlos por cuatro años más y eso alienta la imaginación. En el caso de Cristina, se escuchó esa noche, tiene aún que construir una candidatura presidencial y eso requiere un vice que represente a alguno de los grandes distritos, toda una dificultad porque el oficialismo tiene que pelear en distritos en los que ha ganado la oposición en 2007 como Córdoba, Capital y Santa Fe. Ahí en el nivel nacional la fórmula parece exigida para sumar votos. En el caso de la provincia, todos creen que Scioli gana él sólo la elección y el vice es decorativo y no hace falta tampoco que sea una estrella de la política por la valencia propia del gobernador. Esa noche en «La Horqueta» cerró con esta lista de postulantes a vice: Pérez (el dueño de casa no podía quedar afuera jamás), los ministros Julián Domínguez y Florencio Randazzo, los ministros «Cacho» Álvarez, Cristina Álvarez Rodríguez y Eduardo Camaño (ausente, también en Mar del Plata, ciudad en donde tiene una segunda residencia y aprovecha para despuntar el vicio de bailar tangos en cuanta milonga esté abierta hasta en fin de semana) y hasta el intendente Julio Pe-reyra. ¿Qué tiene que tener un candidato a vice de Scioli? Algo que no todos tienen: ser del riñón del gobernador porque lo va a suceder si todo anda bien y tiene que ser un fusible contra traiciones, algo que abunda en el peronismo. Pocos de los anotados son gente de Scioli como para que le aseguren eso, razón por la cual la lista, cuando se iba yendo la gente de la fiesta, había quedado más que reducida.

El Campo Argentino de Polo se convirtió durante el fin de semana en el quincho vip para empresarios, funcionarios, ex funcionarios y banqueros. Muchos más que en anteriores partidos del año porque se entraba en el tramo de definiciones. El sábado, un partido deslucido entre Pilará y La Dolfina. La contracara fue ese mismo día el partido de Chapa 1 de Bautista Heguy que sobre el final pudo vencer a Sao José del brasileño Andrade. En este último juegan los primos hermanos Pieres, Nico (que el año que viene jugará en Ellerstina) y «Polito» (es hijo de Paul). La leyenda cuenta que «Polito» tenía enormes condiciones para el polo, pero decidió estudiar, se recibió de ingeniero agrónomo, trabajó varios años (para La Serenísima, entre otras firmas) y volvió luego al polo profesional. Paradoja: no llegó a 10 de handicap por haberse dedicado antes a estudiar. Mucha gente en los stands de Mercedes-Benz, Movistar y Chandon, sobre todo en éste último, que junto a ALPI, estuvieron a pleno hasta las 22. Van rumbo a competir con la Creamfields a este paso. El director ejecutivo de ALPI, Jorge Giana, eufórico con lo recaudado para la institución. Desfilaron por Palermo Ernesto Gutiérrez, Pablo Roemmers, Alejandro Quentin, María Lía Joost Newbery de Garrahan, «Luisito» Lalor (presidente de la Asociación Argentina de Polo), Roland Zey y «Guga» Castagnino (Mercedes-Benz), «Tato» Lanus-se, Annabelle Winterhalder (Arelauquen), Diego Videla (Galicia) y Ricardo «Dicki» Hughes (Pilará).

No pocos de los que estuvieron el sábado en Palermo pasaron por el pic-nic de Chandon en el Palacio Sans Souci. Comenzó a las 18.30 y terminó a altas horas de la noche. Organizado por «Moniquita» Holmberg, puesta del sol, tarde soleada y catering exuberante. Cantaron presentes allí Karina Rabolini, Dolores Barreiro, María Socas, Eduardo Gruneisen, Solange Mayo, Julio de Marco (Ferrari), Diego Alexander, el pintor Alejandro Moy. Ayer se colmó de nuevo el Campo de Polo con la particularidad de que en el par-tido de La Aguada, no pudo jugar Javier Novillo Astrada por una lesión en el tobillo. Todo el año pasado estuvo luchando y remontó una terrible enfermedad. Lo reemplazó su hermano Alejandro, dueño de una frase muy lógica: «No hay nada peor que ser el quinto hijo de una familia de polistas». Ayer al menos le tocó jugar. Pasaron Ricardo Fiorito, Rodolfo Constantini, Jorge Blanco Villegas, Jorge Neuss (chequeando a varias de sus yeguas), Tomás Sánchez Córdova, Valeria Mazza y Alejandro Gravier, Darío Lopérfido, Teresa González Fernández, Bruno Quintana y Javier Guerrico.

De ahí se fueron varios a seguirla en una noche de ópera lírica en el country Martindale, en una carpa gigantesca en la casa de la familia de Antonio Estrany y Gendre. Hubo políticos como José Octavio Bordón, Eduardo Amadeo, Marcelo Figueras y María Laura Leguizamón, Rodolfo Terragno, Santiago del Sel junto a Graciela Roemmers; economistas como Miguel Kiguel y José María Dagnino Pastore. También la wiki-embajadora de EE.UU. Vilma Socorro Martínez. Obvio: nadie le habló salvo de música clásica por temor a las filtraciones. Y los que lo hacían era con comentarios elogiosos de la economía y política argentina para su posterior filtración en wikiLeaks. Tras el concierto, un cóctel, el grupo Claroscuro con música bailable y luego, a las 23, el programa marcaba «Ritmos y canciones de otros tiempos». Muchos optaron por dejarlo para otro tiempo.

La precondición era vestir de negro, blanco o rojo. Un mandato, quizá inconsciente, de la pertenencia política del esposo, Roberto Porcaro, ese radical -partido del blanco y el rojo- que logró establecer una relación personal, y casi secreta, con Néstor Kirchner y que ahora, sin el ex presidente, mantiene su acceso irrestricto y frecuente a Olivos para verse con Cristina de Kirchner. Se casó el sábado otra vez, atravesando los segundos 50 de la vida, con Patricia, una médica neuquina con quien tiene un bebé de menos de un año. Fue en los parques de su quinta Los Abuelos, en Ezeiza, el sábado por la noche, con faroles y velas que señalaban los senderos por donde entraron los novios y guiaban, luego, a las carpas y al escenario. Rudy Ulloa, el protegido de los Kirchner, ofició de padrino en la doble ceremonia civil y católica, que se extendió más de lo recomendable para la ansiedad y sed de los invitados, con los comentarios de la jueza de Paz.

«Alejandro: decile que afloje, tenemos hambre», le reprocharon, en broma, a Alejandro Granados, el intendente local, que estaba con su esposa, Dulce Visconti, diputada que fue del menemismo y ahora del kirchnerismo, siguiendo el posicionamiento familiar. «¿A ésta la nombré yo?», se desentendió, entre sonrisas, el alcalde, que se sumergió, más tarde, en una mesa con Rudy y el secretario de Obras Públicas, José López, a escudriñar el escenario, hacer cálculos y repetir, ante quien lo escuche, los números bondadosos que exhibe la Presidente, superando -dice el Gobierno- en zonas del conurbano el 60% de intención de voto. También se discutió en este casamiento sobre la disputa por el candidato a vicegobernador de Scioli, asunto que remató Dulce Visconti con este dictamen: «Daniel necesita una mujer de vice». Ajenos esos comensales a la animación de Jorge Bocacci, el mítico presentador de Titanes en el Ring, igual que el intendente de Neuquén, Martín Farizano, radical que derrotó en la interna a un cobista en teoría bajo el auspicio de Ricardito Alfonsín, pero que a los pocos días pasó a saludar a Kirchner en Olivos. Gerentes de la ANSES, José Ottavis, de la JP bonaerense con su pareja Mayra, el RR.PP. Juan Pablo Biondi, el directivo de Intercargos Hugo Herreras, Ricardo Moreno de la CNC, el presidente del Concejo Deliberante de La Matanza, Daniel Castro; y su par de Ezeiza, Edgardo Amarilla. Con estos últimos, Porcaro pergeñó el armado de una especie de «FAM» de concejales, que armó un acto en Ezeiza, con 3.000 ediles, que en su momento cerró Kirchner.

El origen territorial de los invitados -había neuquinos, cordobeses, correntinos y bonaerenses- sirvió, además, para detectar dónde tiene planes e intereses este operador K que comparte tertulias con Rudy y se ve, seguido, con la Presidente. Fue en uno de esos encuentros en que Porcaro le quiso avisar, con cierto pudor, a la Presidente que preparaba su fiesta de casamiento. «Señora: le tengo que decir algo, pero no sé», empezó. «Ya sé que te casás», le facilitó ella el pedido de permiso.

Antes de fijar la mirada en el escenario, donde desfiló un batallón de estrellas de otros tiempos, como Gian Franco Pagliaro, Yaco Monti y el dúo Acuarela, el elenco se completó con Cris Manzano y el grupo Safari, aquellos del hit «Estoy hecho un demonio». Ese biotipo musical remite a la década de los 70, pero de una manera muy diferente del setentismo que pregona el kirchnerismo. El bueno y abundante vino, más el menú variado y hasta excesivo, hizo pasar por alto esas disquisiciones menores, laterales. Hubo, sí, algunos indicios sobre curiosidades mayores del universo K. «¿Qué pasa con Máximo?», se preguntó en las mesas, retomando un interrogante sobre si el hijo mayor iba a tomar una mayor relevancia en la actividad política. «Sigue en Gallegos. Dedicado a lo mismo. Por ahora, nada cambió», se comentó entre gente que conoce y relató que Cristina comparte Olivos con su hija, Florencia, y su madre, Ofelia. Esos comentarios se escucharon cuando comenzó el show de tangos de Néstor Schiavone. Cierto tono nostálgico remite a esos asuntos sensibles. La fiesta se estiró más que la noche, y el recién casado, ya tarde, avisó que el lunes estaría, desde temprano, en su oficina. «Nosotros no somos como Macri», dijo en busca de la complicidad de sus invitados.

Resultaba difícil concentrarse en la magia del mural «Ejercicio plástico» con Lito Cruz correteando dentro de la obra (un cuarto de 130 metros pintado en su integridad: las paredes, el piso, el techo) y exclamando con su voz bien impostada: «Ahí está, es él, se pintó a sí mismo». Se refería al mexicano David Alfaro Siqueiros, autor del mural ya restaurado que presentó Cristina de Kirchner el viernes junto a su par de México, Felipe Calderón. Enfundada en un vestido negro, Cristina inauguró el flamante museo, una obra que, para satisfacer su deseo de salvar el mural que permaneció más de 17 años en cuatro containers al aire libre, hizo construir Oscar Parrilli frente a su despacho, en la vieja Aduana Taylor. Con sus 6.900 metros, la superficie del museo supera en 100 metros el de la Colección Amalia Lacroze de Fortabat. En la inmensa sala con luz cenital flanqueada por extensos corredores, y ante la piel de vidrio que cubre el mural y que ostenta la célebre imagen de un Siqueiros ya viejo, tras las rejas de la prisión Lucumberri, Calderón agradeció el rescate de esta «expresión cumbre del genio». Celebró el presidente que para el Bicentenario de ambos países esta obra de valor histórico esté en un museo, ya que brinda pruebas del talento del artista mexicano y de los argentinos Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y el uruguayo Enrique Lázaro.

Calderón recordó a Néstor Kirchner, que en 2003 nombró el mural como «bien artístico nacional», y observó además: «Ambas naciones somos plenamente democráticas» y citó a Octavio Paz, quien decía que «la democracia, sin libertad de crítica, no es democracia». Finalmente, elogió al restaurador de «Ejercicio plástico», Manuel Serrano, que hace dos años le mostró uno a uno los fragmentos de la obra que en 1991 había cortado en seis partes con sus propias manos (además del piso), y dijo: «Hizo posible lo imposible». De pie ante los 500 invitados, Cristina señaló algunos hitos de la turbulenta historia del mural encargado por el editor Natalio Botana, mitificado por la profesión, a quien se le debe la consagración del amarillismo periodístico, el nacimiento del periodismo extorsivo que han ejercido después otros medios y ser un abanderado del conservadorismo (a sus planas se le atribuye la caída de Yrigoyen en 1930). Con Botana ya muerto, Crítica fue un diario antiperonista y la quinta en la que estaba el mural perteneció a María Julia Alsogaray. Demasiadas historias para omitir en las palabras presidenciales, que insistieron en que «en un momento casi se lo llevan del país». Coincidió con Calderón al destacar la nominación del ex presidente Kirchner, que «impide definitivamente que el mural pueda ser sacado del país», pero la verdad es que Cristina fue generosa, porque en los hechos el mural permaneció hasta 2008 en una deprimente playa de grúas bonaerense, hasta que ella misma decidió tratarlo como razón de Estado, puso en acción todo el poder que emana de la presidencia y consiguió que la Justicia permitiera restaurarlo, pese al litigio que aún prosigue y trababa su salida.

Al hablar del futuro museo dijo: «Desde aquí veo a la viuda de este artista que donó un mural fantástico» y reconoció un fallo en su memoria, que puso en evidencia que aún no ha pasado el luto. Entretanto, Doris, la pertinaz viuda de Carpani, el artista de los carteles de la CGT, y también el del estereotipo stalinista de los pies grandes y las manos grandes, no estaba precisamente inactiva. En la primera fila se encontraba el embajador de México en la Argentina, Fernando del Río, junto al agregado de prensa, Alfonso Nieto; y de Cultura, Ricardo Calderón. Por lo demás, el techo de acrílico traslúcido dejaba pasar la resolana del mediodía, un sol muy tamizado, pero suficiente para derretir la piel blanca como una crema de Andrea del Boca. A su lado, el subsecretario de la Presidencia, Gustavo López, contaba cómo asumió la responsabilidad de la Bienal del Fin del Mundo, en Ushuaia, un bello emprendimiento de la Fundación Patagonia que en anteriores ediciones supo ge-nerar crispaciones entre los responsables. No obstante, el clima general, con artistas como Iglesias Brikles, Perrota y políticos como Coscia o Yoma, era distendido. Con una presidente que acababa de asegurar: «A mí me fanatiza la historia de los argentinos vinculada al arte, porque también el arte es una expresión de los momentos políticos y culturales que vive un pueblo»; ¿qué más podía pedir la gente de la cultura? Un buen desayuno, café, jugos y excelentes medialunas. Desde ya, entre los que se interesaron por ver el mural, y que obedientes calzaron los escarpines para no lastimar el piso de cemento, estaban Marta Minujín y Rogelio Polesello. El arquitecto José María Caula, de riguroso moñito, había llegado temprano, para ver la obra en soledad y con tiempo, como debe ser vista.

Vamos a terminar con un chiste judío, contado por el rabino Tzvi Grünblatt durante una reunión para celebrar la fiesta de Janucá, que se observa esta semana. Un judío vivía al lado de un cristiano, cuya casa era asaltada una vez por semana. Un día el cristiano le pregunta a su vecino:

-Decime, Jaime: ¿eso que tenés en el marco de la puerta es una alarma?

-No, Pedro: es una «mezuzá». Es un mandamiento que está en el libro del Éxodo: es una bendición para nuestros hogares y ciudades, y dentro hay un pequeño pergamino justamente con la oración que nos ordena marcar nuestras casas y portales.

-Y decime, esa alarma religiosa, ¿no me la podrás poner en mi casa? Se ve que a vos te funciona, porque no te entran los ladrones todas las semanas como a mí…

-Mirá Pedro, el mandamiento habla de hogares judíos…

-Dale, Jaime; ¿qué te cuesta? ¿No creemos todos en el mismo Dios? Además, ¿cuánto hace que somos amigos?

-Bueno, Pedro, por los años de amistad, te la coloco.

Así lo hace. Pasan dos semanas, tres semanas, un mes… Al mes y medio, el vecino cristiano va a la casa de su amigo judío con la mezuzá en la mano.

-Jaime, perdoname pero te la devuelvo… No me funcionó…

-¿Qué pasó, Pedro: ¿siguieron entrando ladrones a tu casa?

-No, los ladrones no vinieron más, pero desde que me pusiste esto en la puerta cada quince minutos me tocan el timbre para pedirme donaciones…