Aunque intenta disimularlo, al Rey le cuesta mantener el paso marcial mientras cruza la plaza de armas de la base española Miguel de Cervantes, en Marjayún (Líbano). Pero al llegar ante el monumento a los caídos, recupera fuerzas, se cuadra y escucha erguido la interpretación de la marcha fúnebre; y ni siquiera se inmuta cuando resuena la salva de fusilería. Luego, con uniforme de camuflaje y galones de capitán general, regresa a la tribuna y soporta el breve pero inoportuno aguacero que descarga durante el desfile de las tropas. A su lado, la lluvia empapa a la ministra de Defensa, Carme Chacón, y el aire baja gélido desde los vecinos Altos del Golán, ocupados por Israel.

La mayoría de los monumentos castrenses homenajean al soldado anónimo. Pero aquí las víctimas son conocidas. Sus nombres figuran en una sencilla placa al pie de la cruz de madera. Son los seis militares que perdieron la vida en el atentado con coche bomba de junio de 2007, aún por aclarar, y otros dos fallecidos, en accidente de tráfico e infarto, en 2008 y 2009. Don Juan Carlos los recuerda en su discurso ante casi mil militares. También al colombiano John Felipe Romero Meneses, muerto la semana pasada por la explosión de una mina en Afganistán.

Tres horas y media dura la primera visita del Rey al contingente español en Líbano. «Hacía mucho tiempo que tenía la gran ilusión de venir para daros un abrazo muy fuerte y poder compartir vuestro legítimo orgullo de participar en esta destacada misión», les dice. Don Juan Carlos es el capitán general y jefe supremo de las Fuerzas Armadas, pero ante sus subordinados se muestra como un padre. O como un abuelo, al que los mandos militares regalan de recuerdo boinas azules de la ONU para sus nietos.

Recorre una por una las mesas alineadas en la cantina y se detiene a departir con los soldados. Con los miembros del equipo sanitario se interesa por la falta de médicos que padece el ejército. A los de la unidad de helicópteros les pregunta quiénes son los «señoritos»; es decir, los pilotos, como les llaman los mecánicos. Ante un grupo de soldados bromea diciéndoles que seguramente están descontando los días que les faltan para volver a casa. Seguramente, pero ellos dudan si reconocerlo es lo más aguerrido.

La Casa del Rey no deja nada a la improvisación. El discurso que debe pronunciar don Juan Carlos lo trae impreso desde Madrid. Y junto al libro de honor hay una chuleta para que copie la dedicatoria. Él cumple disciplinadamente el guión. Pero, al final, agrega de su cosecha: «Se me ha olvidado deciros que os traigo recuerdos del Príncipe [que estuvo en Líbano en noviembre de 2008]. Me ha dicho que no deje de saludaros de su parte». El largo aplauso suena más cariñoso y espontáneo que el ritual «¡Viva el Rey!».

En una sala, a puerta cerrada, el general Casimiro Sanjuan, jefe de la brigada multinacional Este, explica a don Juan Carlos la situación de la zona con laconismo castrense. La resume en tres palabras: «calma inestable» e «incertidumbre». Alude a las «constantes amenazas» de los grupos salafistas asentados en los campos de refugiados palestinos. Últimamente han disminuido, reconoce, «pero no bajamos la guardia». Los esporádicos lanzamientos de cohetes contra Israel, agrega, suponen un «riesgo muy importante», para la población local y para los soldados, debido a las posibles represalias; mientras que la aldea de Ghajar, todavía parcialmente ocupada, es «una fuente importante de incidentes y tráfico de drogas». Tras señalar la ubicación de los cuatro destacamentos situados a lo largo de la «línea azul», que separa Líbano de Israel, concluye: «Son mi preocupación fundamental». Don Juan Carlos se interesa por saber si los cuatro dependen del batallón español. Así es.

Cuando ya está a punto de marcharse, el Rey vuelve a tomar el micrófono, que antes ha fallado, y se dirige a los militares, ya sin papeles, para pedirles disculpas: «No he podido saludaros personalmente a todos, no ha habido tiempo, pero quería deciros que estoy muy orgulloso de vosotros, como Rey, como jefe de las Fuerzas Armadas y, sobre todo, como español. Cada uno de vosotros representa a España, cada uno tiene su importancia y todos juntos tenemos mucha más fuerza». Antes que rey, soldado.

El Rey, junto a varios militares, en la base española Miguel de Cervantes, en Marjayún (Líbano). EFE